lunes, 06 de mayo del 2024
 
Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Las quince letras
2015-08-17 | 10:00:09
Don Gerontino era tan viejo que recordaba
el tiempo en que a los adultos mayores o
personas de la tercera edad se les llamaba
“ancianos”. En una reunión con personas de
su edad habló de las perdidas galas de sus días
vernales, y las comparó con los arrechuchos,
dolamas y alifafes que suelen ser cortejo de la
ancianidad. “Cuando yo era joven -suspiró-,
todas las partes de mi cuerpo eran suaves y
blandas”. Aclaró doña Pasita, su mujer: “Todas,
menos una”. “En cambio ahora -siguió
diciendo el viejecito- todas las partes de mi
cuerpo son rígidas y duras”. Volvió a aclarar
doña Pasita: “Todas, menos una”.
Cada día crece más el desprestigio del
Instituto Federal Electoral. Ese costosísimo
aparato burocrático es un instrumento de los
partidos políticos, y ha perdido por completo
el carácter de organismo de la ciudadanía.
La función electoral, antes detentada
por el Estado, y que alguna vez fue ejercida
brevemente por los ciudadanos, está ahora
en manos de los partidos. Es una vergüenza
que el Verde haya sido cobijado por la mayoría
de los consejeros del IFE, quienes tendieron
sobre esa inmoral empresa mercantil el manto
oscuro de la impunidad. (Permítanme un
momentito, por favor. Voy a anotar eso de “el
manto oscuro de la impunidad” para que no
se me olvide y poder usarlo luego. Cuando
alguien me pregunta: “¿Qué toma usted para
la memoria?” respondo siempre: “Notas”).
No sólo el IFE y la legislación bajo la cual
opera son un atentado contra el federalismo:
son también burla para un país que aspira a ser
verdaderamente democrático, y cuyo empeño
es estorbado por los abusos de los partidos y
de ese instituto que los prohíja, protege, promueve,
propicia, propugna. (Nota: Nuestro
estimado colaborador se extiende otras dos
fojas útiles y vuelta en vocablos con el prefijo
pro-, que por falta de espacio nos vemos en la
penosa necesidad de suprimir).
Se quejaba don Martiriano: “Mi mujer
siempre me da de comer recalentado, pero
nunca he probado la comida original”.
Pirulina, joven mujer con mucha ciencia
de la vida, se iba a casar con Simpliciano,
candoroso doncel que nada sabía acerca de
cosas de la cintura abajo.
Temerosa de que su desposado advirtiera
que su noche de bodas no había sido función
de estreno, sino reprise, como antes se decía,
o rerun, como se dice ahora, Pirulina consultó
el caso con su amiga Facilda Lasestas, quien
poseía mayor sapiencia que la suya: había
tenido cinco maridos, uno de ellos suyo.
Facilda le recomendó: “Cómprate un
cuete (modo vernáculo de decir “cohete”),
y al comenzar las acciones póntelo en la correspondiente
parte. Espera a que él tenga los
ojos en blanco, pues en ese momento -el del
culmen del espasmo corporal- los hombres
pierden el poco discernimiento que de por sí
tienen. Entonces enciende la mecha. Cuando
el petardo estalle, sea cámara, triquitraque
o buscapiés, tu novio preguntará asustado
qué fue ese trueno súbito. Tú le dirás con
simulada pena que tu virginidad voló al cielo,
y de ese modo te salvarás de reproche o de
reclamación”.
Pirulina se alegró: esa artimaña era digna
de una Dalila, una Jezabel o cualquier otra
engañadora de hombres. La víspera de sus
nupcias fue a la tlapalería “Las quince letras”
(cuéntense y se verá que son precisamente
15) y se compró un morterete o volador que,
le aseguró el dueño del establecimiento, era
de gran efecto sonoro, tanto que él se valía
de esos cohetes para ahuyentar a su señora
suegra cuando se acercaba a su casa.
La noche de las bodas la desposada se
colocó el artilugio entre las piernas, y en el
buró puso un encendedor. “Las tres mejores
cosas de la vida -le explicó a su desaprensivo
maridito- son una copita antes y un cigarrito
después”.
En el momento oportuno, cuando vio que
Simpliciano tenía los ojos in albis, la ardidosa
mujer encendió la mecha del petardo, que
estalló con fragor de cañón de acorazado. Al
escuchar aquel tremendo ruido preguntó con
espanto Simpliciano: “¿Qué fue eso?”. Respondió
Pirulina, ruborosa: “Es mi virginidad,
que voló al cielo”. “¡Pues alcánzala! -gimió con
desolación el joven-. ¡Se llevó mis uebos!”.
(Quien busque en el lexicón de la Academia
este último vocablo, “uebos”, encontrará que
quiere decir “cosa necesaria”). FIN.

MIRADOR
››armando
fuentes aguirre
Si alguien me hiciera la manida
pregunta: “¿Qué libro llevaría con
usted a una isla desierta?”, yo no
respondería automáticamente
que la Biblia. Pensaría con detenimiento
la respuesta, pues quizá
llevaría más bien las obras completas
de Shakespeare, el Quijote o
un manual de supervivencia para
náufragos.
Ahora estoy leyendo por primera
vez el Quijote. Lo he leído cinco
o seis veces, pero ésta es -otra
vez- la primera vez. Y he hecho
un descubrimiento que alguien
seguramente ya hizo. Siempre se
ha dicho que don Quijote era un
hombre que deseaba cosas del pasado
para el mundo del presente.
En eso, se afirma, consistía su
locura. Yo digo que don Quijote
quería plasmar en el presente el
ideal de un mundo futuro fincado
en la justicia y el amor. En eso
consistía su sueño.
En esa isla desierta que somos
cada uno, el viejo, novísimo libro
de Cervantes me dice ahora cosas
que antes yo no podía oír. Mañana
me hará ver lo que no veo ahora.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
››por afa
“Después de enviudar seis veces
se casó por séptima vez un norteamericano...”.
¿Y dónde fue el matrimonio?
-pregunto con suspicacia
viendo tanta pertinacia-.
¿Acaso en el manicomio?


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