viernes, 03 de mayo del 2024
 
Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
De políticas y cosas peores
2016-02-02 | 08:15:53
Cuando aquella señora supo que su marido
la engañaba sintió el temor de perderlo
para siempre. Se preguntó, angustiada:
“¿Qué voy a hacer sin él?”. De inmediato
le vinieron a la mente mil cosas que podía
hacer sin él, y eso la tranquilizó.
Ya había albergado algunas sospechas
acerca de la infidelidad de su consorte,
pero las desechó. Las sospechas, sin embargo,
son capaces de filtrarse por las
paredes cuando quieren ser albergadas,
y la mujer terminó por acogerlas.
Tuvo entonces el impulso de decirle al
infiel la consabida frase: “Lo sé todo”. La
frenó el temor de que él le hiciera alguna
pregunta sobre futbol, deporte acerca del
cual su esposo sabía mucho y ella nada.
De seguro no sabría la respuesta, y
entonces él le diría con su acostumbrada
sonrisilla burlona: “¿Ya ves? No lo sabes
todo”. Eso la iba a avergonzar. La acometió
la insana tentación de perdonarlo,
pero la resistió valientemente.
Además no sabía perdonar: el hombre,
quizá previendo lo que iba a suceder, le
había regalado por su cumpleaños, en
vez del bolso de piel que ella esperaba,
el libro “Ama y perdona”, y era fecha que
aún no se lo perdonaba.
Tomó, pues, una enérgica determinación:
se vengaría. Si el infame le había
puesto el cuerno ella se lo pondría también.
Recordó aquello de que la venganza
es dulce y decidió probar esa golosina.
Muchas veces, incluso antes de conocer
los devaneos de su cónyuge, se había
preguntado a qué sabría el adulterio. Con
frecuencia echaba a volar la fantasía al
hacer el amor con él.
Se imaginaba en brazos de otro hombre,
generalmente alguno de los novios
que había tenido. Entonces debía hacer
un gran esfuerzo para no gritar: “¡Así,
Armando mío!” o: “¡Más aprisa, Sergio!”,
nombres los dos más eufónicos y sonorosos
que el de su marido, que se llamaba
Juan.
Tan pronto concibió la idea de la venganza
empezó a ponerla en práctica. Esa
misma noche ella y su esposo salieron con
una pareja amiga. Después de la primera
copa ella le hizo un disimulado guiño al
hombre ajeno. Preguntó él: “¿Le cayó algo
en el ojo, comadrita?”. Y siguió hablando
de futbol con su marido.
Días después, en el centro comercial, la
adúltera en proyecto dirigió una mirada
de mujer fatal a un guapo joven. Al punto
el muchacho fue hacia ella. “¿Necesita
ayuda, señora?”. “No -respondió con brusquedad-.
¿Por qué?”. Explicó el mancebo:
“Es que así se le ponen los ojos a mi mamá
cuando se siente mal”.
La siguiente experiencia resultó también
fallida. En una despedida de soltera
alguien había hablado de la leyenda urbana
según la cual entre las mujeres casadas
de la alta sociedad estaba de moda una
costumbre: si encontraban a un hombre
que las atraía encendían las luces de su
coche y abrían la puerta para que él entrara.
Luego se iban juntos a un motel.
En el estacionamiento del súper vio
ella a un hombre de mediana edad, interesante.
Encendió los faros, abrió la
puerta del vehículo y esperó. Después de
unos minutos que le parecieron eternidad
el hombre se acercó y le dijo: “Señora:
no deje usted encendidas las luces con
el motor apagado. Se le va a acabar la
batería”.
Otros intentos semejantes hizo, y todos
fracasaron. No es que no fuera atractiva;
de hecho era bastante apetecible, pero
quizá no todos los hombres eran como
su marido. El caso es que ninguno acusó
recibo de sus guiños, sus miradas invitadoras,
y aquello de pasarse la lengua por
los labios en sugestión erótica.
Ella buscaba la poesía del amor prohibido
y se topó con la grisácea prosa
de la realidad. Finalmente renunció a la
empresa. Nunca imaginó que el adulterio
fuera algo tan difícil de llevar a cabo.
Ganas le dieron de buscar a la amante
de su esposo para preguntarle: “¿Cómo
le haces?”. Aquí acaba la historia de la
mujer que quiso ser adúltera y no pudo.
Por ahí anda todavía, insistiendo en
vano. Sigue siendo virtuosa pese a su
deseo de ya no serlo; sigue siendo fiel a
pesar de los esfuerzos que hace para caer
en infidelidad.
Su marido llega a la casa por la noche
oliendo a perfume barato. Ella, que está
despierta, finge estar dormida. El tipo
se acuesta, y un minuto después ya está
roncando.
La mujer llora en silencio la pena de
ser fiel; siente una honda vergüenza por
su virtud y reza para que nadie se entere
de que no engaña a su marido. FIN.


NOSOTROS

Periódico digital en tiempo real con información preferentemente del Estado de Veracruz México


NOSOTROS

Periódico digital en tiempo real con información preferentemente del Estado de Veracruz México