jueves, 02 de mayo del 2024
 
Por Leo Zuckermann
Columna: Juegos de Poder
¿Adónde llevarle unas flores a los 43 de Ayotzinapa?
2016-04-13 | 09:40:27
Un año y medio después, no sabemos cuál fue el destino de los estudiantes desaparecidos en Iguala. Su caso, por desgracia, ya se convirtió en otro asunto más de fe. Hay quienes le creen a la Procuraduría General de la República (PGR). Hay quienes le creen al Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos. Hay quienes le creen a los forenses argentinos. Hay quienes le creen al Grupo Colegiado de Expertos en Materia de Fuego (GCEMF). Y hay quienes no sabemos qué demonios creer. Lejos de ser un asunto donde hable la evidencia empírica y el análisis científico, esto se convirtió en una lucha política de egos para ver quién gana la narrativa en los medios y la opinión pública.
Recordemos que la PGR de Murillo Karam había sostenido que los 43 estudiantes habían sido incinerados en el basurero de Cocula. Luego la GIEI, con base en un peritaje de un supuesto experto de nombre José Torero, afirmó que era imposible cremar cuerpos en ese terreno. Posteriormente, el grupo de forenses argentinos, invitados por los padres de las víctimas, concluyó que sí hubo diversos incendios en ese sito, pero no del tamaño para incinerar 43 cuerpos; además encontraron restos humanos de por lo menos 19 personas que no correspondían a los estudiantes. Finalmente, la PGR y el GIEI acordaron llevar a cabo otro peritaje más a cargo del GCEMF. Sus conclusiones fueron presentadas hace unos días: sí hubo un evento de fuego controlado de grandes dimensiones y al menos 17 personas fueron quemadas ahí.
¿A quién creerle?
Me temo que este tema ya se unió a la larga lista de casos donde pesa más la fe que las pruebas.
Ejemplos hay muchos. Ahí está la elección presidencial de 2006. Hay quienes piensan que sí ganó Calderón y los que creen que fue López Obrador. Yo estoy en el primer grupo porque, a pesar de que AMLO argumentó que le hicieron fraude, nunca presentó pruebas contundentes. Más aún, con base en la evidencia empírica, académicos serios, como Javier Aparicio del CIDE, demostraron que el resultado final no se había alterado. Pero hoy, muchos años después ¬–incluso ya con otra elección que volvió a perder López Obrador argumentando de nuevo fraude– la discusión sobre las elecciones de 2006 sigue siendo un asunto más de fe que de pruebas materiales.
A la mente me viene otro asunto que también terminó como de fe: la muerte de la anciana indígena Ernestina Ascencio en 2007. En un primer momento la Procuraduría de Veracruz sostuvo que su muerte se había debido a heridas provocadas por una presunta violación de soldados del Ejército Mexicano. Luego la Comisión Nacional de Derechos Humanos concluyó que había fallecido de causas naturales por una gastritis crónica. A la postre, la Procuraduría veracruzana reculó apoyando la versión de la CNDH. Pero el asunto se convirtió en artículo de fe. Hubo quienes creyeron lo de la gastritis y los de la violación. En este particular caso yo me quedé en medio, es decir, sin saber qué realmente sucedió en la Sierra de Zongolica.
En una democracia, las instituciones están para dar certeza a la ciudadanía y no alimentar los prejuicios de unos y otros. Desgraciadamente no es el caso en nuestro país ya que las instituciones ni hacen investigaciones certeras ni tienen credibilidad frente a la ciudadanía.
Sobre el destino de los 43 estudiantes de Ayotzinapa he platicado varias veces con la persona que quizá conoce mejor todas las investigaciones sobre lo sucedido en septiembre de 2014 en Iguala y sus alrededores: Héctor De Mauleón. En la última plática que tuve con él hace unos días, el columnista de El Universal me aseguró, con tristeza, que el caso Ayotzinapa se había convertido ya en un asunto de fe debido a la chocante politización donde cada grupo defendía su versión a capa y espada. La ciencia pasó a un segundo término y, con ella, la posibilidad de saber qué pasó en realidad.
Pongámonos, por un momento, en los zapatos de los padres de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Seguramente están asqueados de ver todo este circo. Por no hablar del dolor al no saber, un año y medio después que desaparecieron sus hijos, en qué sitio los mataron y quemaron para por lo menos llevarles unas flores.



Twitter: @leozuckermann
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