jueves, 02 de mayo del 2024
 
Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
El palco escénico
2016-04-21 | 08:53:32
Rosibel, la curvilínea secretaria de don Algón, llegó tarde el lunes al trabajo. El reloj marcaba ya las 10 de la mañana cuando hizo su entrada en la oficina, siendo que las labores empezaban a las 8. Don Algón la reprendió, severo, delante de todo el personal: “¿Qué horas son éstas de llegar, señorita Rosibel?”. Respondió ella: “Tú tienes la culpa. No me dejaste puesto el despertador”. El veterano boxeador le dijo a su mánager: “Le aseguro, don Dequién, que estoy en mi mejor forma. Consígame una pelea con Kid Grogo”. “¡Joder! -respondió el manejador con impaciencia-. ¿Cuántas veces tengo que decirte que tú eres Kid Grogo?”. La señorita Peripalda tuvo un mal encuentro, e hizo confesión de él al padre Arsilio. “Acúsome, padre -le dijo-, de que un mal hombre abusó de mí”. “No tienes nada de qué acusarte, hija mía -la tranquilizó el buen sacerdote-. En ese acto no intervino tu voluntad, de modo que no cometiste pecado”. “¡Ay, qué bueno, padre! -se alegró la piadosa catequista-. ¡Tuve mi gustito, y sin ofender al Señor!”. En mi primera juventud, antes de ésta, plena y gozosa, que estoy viviendo ahora, fui actor aficionado. Lo sigo siendo en cierta forma: hace tiempo Ignacio López Tarso, a quien tanto admiro y respeto tanto, me dijo que mis conferencias no son eso, sino monólogos teatrales, y que más que conferencista soy actor. Muchas veces subí al palco escénico -así se decía entonces- a dejar de ser yo para poder ser yo. Me gustaba mucho la comedia, esa forma que adopta a veces la tragedia. En cierta ocasión hice “Una noche de primavera sin sueño”, del español Jardiel Poncela, en aquel tiempo muy de moda tanto en su teatro como en sus novelas. Cada vez que voy a Madrid acudo, peregrino de nostalgias, al famosísimo Café Gijón, donde ese escritor, hoy casi olvidado, tenía mesa en la cual escribió las páginas de algunas de sus obras. En aquella que dije pone Jardiel un proverbio popular: “Si te dan una cesta de manzanas / separa las podridas de las sanas”. En efecto, en todas las cestas hay, entre mucho bueno, algo muy malo. Por cada cien curas católicos que llevan a cabo diariamente su labor de bien hay un pederasta que da a toda la Iglesia mala fama. Por cada mil soldados mexicanos que cada día cumplen su deber hay uno que se aparta de él y pone en entredicho a una institución, el Ejército Nacional, que por más de un concepto es ejemplar. Merece entonces aplauso el general Salvador Cienfuegos, secretario de la Defensa Nacional, quien pidió disculpas a la sociedad por un acto de tortura en el cual participó personal militar. Ese hecho también es ejemplar, pues habla de la integridad del titular de la Sedena y de su calidad moral, a más de servir de advertencia a jefes, oficiales y soldados para que ajusten sus actos a la ley y a las estrictas normas del instituto armado. Tenemos un buen ejército, no cabe duda, y al frente de él un buen militar. Himenia Camafría, madura señorita soltera, le escanció una copita de vermú a don Añilio, que esa tarde la visitaba
en su casa. “Espero, amigo mío -le dijo-, que después de esta copa no vaya usted a intentar algo conmigo”. Replicó, digno, don Añilio: “Deseche usted cualquier temor, señorita: soy un caballero”. Inquirió Himenia: “¿Y con cuántas copas se le quita lo caballero?”. Dijo la esposa hablando de su maduro cónyuge: “Hacer el amor con él es como jugar frontón contra una cobija”. Doña Panoplia de Altopedo, señora de buena sociedad, tuvo noticia cierta de que su esposo, don Sinople, la engañaba con su mejor amiga, doña Gules. Habló con ella, y juntas llegaron a un acuerdo. Le dijeron al interfecto: “Hemos decidido jugarte en un volado, a ver con cuál de las dos te vas”. Preguntó el casquivano marido: “¿Me iré con la que gane?”. “No -replicó doña Panoplia-. Con la que pierda”. Era el tiempo en que los coches no tenían aún luces direccionales, y el cambio de dirección se anunciaba sacando el conductor la mano por la ventanilla. Un tipo iba con su novia en automóvil, y al dar vuelta se olvidó de hacer la señal correspondiente. Quien conducía el coche que iba a atrás estuvo a punto de chocar con él, y le gritó irritado: “¡Saca la mano, güey!”. La muchacha le dijo a su novio con acento congojoso: “¿Lo ves? ¡Te dije que nos iban a ver!”. FIN.


MIRADOR ›armando fuentes aguirre Me habría gustado conocer a Decimus Magnus Ausonius. Vivió 85 años, del 310 al 395. Escribió un bello poema epigramático con el cual me acabo de topar por un azar afortunado, y que me sedujo por dos razones, de esas que la razón no conoce: es un poema de amor, y el poeta lo dedicó a su esposa. Dice en él: “Uxor: vivamos quod viximus, et teneamos nomina quae primo sumpsimus in thalamo. Quin tibi sim iuvenis, tuque puella mihi”. “Esposa: vivamos como hemos vivido, y sigamos usando el uno con el otro los nombres que nos dábamos en el lecho. Que yo sea siempre tu muchacho, y mi muchacha tú”. He aquí la perfecta descripción del amor que vence al tiempo y permanece sin que lo hiera o disminuya el paso de los días. Me habría gustado conocer a Ausonius. Supo expresar la verdadera poesía del verdadero amor. ¡Hasta mañana!... MANGANITAS ›por afa “Los novios le dijeron al papá de la novia que querían pedirle algo”. El genitor respondió prontamente, y dijo así: “Si quieren casarse, sí. Si quieren el coche, no”.


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