lunes, 06 de mayo del 2024
 
Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
De políticas y cosas peores
2016-05-17 | 08:16:58
Yo no la he visto nunca, créanme, y
siempre he vivido aquí. Me gustaría
poder decir que la muchacha se me ha
aparecido -eso daría prestigio de leyenda
a la casona-, pero si lo dijera estaría
mintiendo, y yo jamás digo una mentira.
A menos, claro, que sea absolutamente
necesario.
Bien quisiera yo confirmar lo que la
gente de tres generaciones ha contado:
que algunas noches vaga por los aposentos
de la casa el espectro de una mujer
joven que lleva en los brazos a un bebé
igualmente fantasmal.
Cuando la sombra se topa con alguien
perteneciente al mundo de los vivos le
tiende a su criatura, suplicante, como
entregándosela para que la saque del
silencio y las sombras de la muerte y
la lleve a la luz y los ruidos de la vida.
Quienes han tenido ese encuentro
confiesan que han huido por el miedo.
Las mujeres ni siquiera alcanzan a
persignarse, y a los hombres les falta
valor para hacer aquello que han dicho
en conversaciones de cocina: que en
presencia de un alma en pena se le debe
recitar la oración llamada de las Siete
Verdades, con lo cual el ánima vuelve
solita al purgatorio.
El tío Quico -se llama Pacífico- es
librepensador. Y lo es no sólo teórico,
sino también práctico. Un día puso en
aprietos al señor cura García Siller, encargado
de la parroquia del Sagrario,
cuando por pura chunga fue en compañía
de dos de sus amigos -secuaces, en
palabra de su catoliquísima mamá- a
pedirle que oficiara una misa en sufragio
del alma de don Benito Juárez
con motivo de su aniversario luctuoso.
Pues bien: el tío Quico es testigo de
la existencia del fantasma. Razona el
hecho de que otros no lo hayamos visto
diciendo que para ver aparecidos se
debe tener un don semejante al de la
radiestesia -esa facultad que tienen los
que pueden localizar agua subterránea
o tesoros ocultos-, habilidad natural
que unas personas poseen y otras no,
por lo cual no son capaces de ver a los
espíritus.
Todo se puede explicar científicamente,
afirma. Dijo que había visto a
la muchacha, y que ella le ofreció a su
criatura, pero él no la tomó. Y no por
miedo, aclaró, sino para no echarse un
compromiso.
Según el antiguo relato la joven tuvo
un novio que la dejó encinta. Su padre
no sólo la repudió: temeroso de que la
deshonra de la familia fuera conocida
encerró a su hija a piedra y lodo en un
sótano. Ahí dio a luz la muchacha, sola,
sin asistencia alguna, por lo que murió
a consecuencia del parto.
Sobre su cuerpo muerto murió después
su criaturita, de hambre. El padre
hizo tapiar el sótano, que sirvió así de
tumba a la madre y al hijo. Poco tiempo
después la infeliz empezó a aparecerse.
Llevaba en los brazos a su niño y
lo tendía con desesperación para que
alguien lo recogiera y lo salvara de vivir
para siempre en la nada. No se sabe si
fueron los remordimientos o el terror
que les causó ver aquella aparición lo
que hizo que los padres abandonaran
la finca.
Años después otros miembros de la
familia -mis abuelos- la ocuparon de
nuevo. Oí decir que la tía Chagua, que
fue casada pero no tuvo hijos, por lo
cual su marido la dejó, solía andar de
noche por las habitaciones de la casa
para ver si la muchacha se le aparecía
y le daba a su criatura.
“En mis brazos el niño volvería a vivir
-aseguraba-, y yo lo criaría como si fuera
mío”. Añadía con esperanzada convicción:
“Si hay niños que se convierten
en fantasmas ¿por qué no puede haber
fantasmas que se conviertan en niños?”.
Los hombres murmuraban: “Está
loca”. Las mujeres la compadecían: “Pobrecita”.
Yo me acuerdo vagamente de
la tía Rosaura. Era blanca, muy blanca;
tenía los ojos de un color indefinido,
como gris.
Aunque estuviera con alguien parecía
estar siempre sola. Yo la veía, y era
como mirar un fantasma. El tío Quico
juraba que era igualita a la muchacha
que se aparecía. FIN.

MIRADOR
››armando
fuentes aguirre
Aquel hombre soñaba con soñar
un sueño.
Se le iba el sueño soñando aquel
sueño, pero no dejó nunca que el
sueño se le fuera.
Y sucedió que un día el sueño
lo soñó a él.
Entonces el hombre y el sueño
fueron una misma cosa. El hombre
vivió para el sueño, y el sueño soñó
para el hombre.
Aun así el hombre nunca pudo
realizar su sueño.
Eso, sin embargo, no le quitó el
sueño: sabía que los sueños -los verdaderos
sueños- son para soñarse,
no para vivirse.
Pasó el tiempo como un sueño,
y el hombre murió. Al morir tenía
una vaga sonrisa entre los labios.
Jamás había renunciado a su sueño,
y eso lo había hecho feliz. Cuando
un sueño se cumple se vuelve realidad.
Deja, por tanto, de ser sueño.
Y la vida de los sueños es siempre
mejor que el sueño de la vida.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
››por afa
“Una madre le aconsejó a su hija
que no se fiara de los hombres”.
Ante el consejo citado
la muchacha respondió:
“No me fío, mamá; no.
Siempre cobro de contado”.


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