domingo, 28 de abril del 2024
 
Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
El buen consejo
2016-05-25 | 08:49:02
Clarabel, muchacha pudorosa, fue requerida de amores por Afrodisio Pitongo, galán concupiscente. Labioso era el engatusador, pero la joven se defendió. Le dijo al pertinaz tenorio: “Tengo escrúpulos”. “No importa -respondió el sujeto-. Estoy vacunado”. Preguntó Clarabel: “Si te entrego mi virginidad ¿qué puedo esperar de ti?”. Ofreció el cínico individuo: “Con gusto te daré una carta de recomendación”. “Temo además -prosiguió la pucela-, que si hago lo que me pides luego ya no me respetarás”. “Si lo haces bien sí te respetaré” -prometió Afrodisio. Quiso saber Clarabel: “Pero ¿nos casaremos?”. Ponderó el tipo: “Tú probablemente sí. Yo ya soy casado”. Ella se echó a llorar al oír aquello. “¿Por qué no me lo dijiste antes?” -gimió desconsolada. Explicó Pitongo: “Es que no me gusta andar por ahí contando mis problemas”. Expresó con firmeza Clarabel: “Te dejo para siempre. Y no trates de buscarme en mi teléfono, el 892-557, pues no te responderé. ¿Apuntaste el número?”... ¡Ah, doncellas imprudentes! Impudentes suelen ser los hombres, y sin embargo les abrís no sólo vuestro corazón -eso como sea-, sino también vuestras piernas, que ahí sí hay peligro. Recordad aquella parte de la ópera Fausto, de Gounod, en la cual hasta el mismo demonio os aconseja: “N’ouvre ta porte, ma belle, que la bague au doigt”, no abras tu puerta, hermosa mía, más que con el anillo en el dedo. Vednos a nosotros, los mexicanos: no creemos ya en las promesas de los políticos, pues todo lo hacen depender de la política, y se olvidan de lo que atañe al bien de la comunidad con tal de consagrar sus intereses, ya de partido, ya meramente personales. A vosotras, jóvenes incautas, os recomiendo cautela; a mis compatriotas les aconsejo seguir trabajando por el bien de su ciudad, su estado y su país sin cejar nunca en la tarea de buscar mejores condiciones de libertad, democracia y justicia, anhelos aún insatisfechos de un pueblo que sigue atado todavía a dominaciones personalistas impropias de una sociedad libre y democrática. Y ya no digo más, pues voy a averiguar qué fue de aquella pobre joven, Clarabel. Entretanto narraré algunos otros chascarrillos que den solaz y esparcimiento a la República. Doña Macalota invitó a su amiga Chalanita a ir a su casa, pues quería mostrarle las nuevas cortinas que había comprado para la alcoba. Cuando entraron en la habitación vieron algo que las hizo olvidarse de las cortinas: don Chinguetas, el tarambana esposo de doña Macalota, estaba en el lecho conyugal acompañado por tres sinuosas féminas: una oriental, otra de raza negra y la tercera de origen nacional. Le dijo doña Macalota a su estupefacta amiga: “Lo que más me molesta de él es que en situaciones como ésta siempre tiene una explicación que se antoja razonable”... Babalucas pidió en el hotel servicio de despertador a las 6 de la mañana. Abrió los ojos por sí solo a las 5.45. Dieron las 6 y no sonó el teléfono. Las 6 y cuarto, y
nada. El badulaque se preocupó: “¡Caramba! -pensó lleno de inquietud-. ¡Si no me llaman a las 6 y media voy a perder el avión!”... El ilusionado novio salió con su flamante mujercita del templo donde se habían celebrado sus esponsales. En la puerta un individuo le hizo: “Pst, pst”. Volvió la vista el recién casado, y el tipo le dijo al oído al tiempo que señalaba a la muchacha: “La conozco, y ronca mucho”... Los papás de Pepito fueron a una fiesta. Para poder salir lo dejaron al cuidado de una linda vecina a la que le pidieron que lo durmiera. Cuando regresaron, el chiquillo estaba en su cama, despierto, con señas de evidente agotamiento pero mostrando una gran sonrisa. Les dijo la niñera: “No se imaginan lo que le hice para que se durmiera, pero ni así”. FIN.


MIRADOR ›armando fuentes aguirre
¿Recuerdas, Terry, cuando viste por primera vez la luna llena? Eras apenas un cachorro. Salimos a la noche y miraste en la bóveda del cielo aquel objeto blanco desconocido para ti. Volteaste a verme como para preguntarme qué era. Luego volviste de nuevo los ojos hacia el brillante disco, y un leve aullido salió de tu garganta. Era la voz de un lobo niño, el eco de un atávico recuerdo que tus ancestros dejaron en tu sangre. En ese momento, Terry, sentí respeto por ti. Supe que tu linaje provenía del tiempo en que los hombres apenas empezaban a ser hombres y los perros apenas estaban aprendiendo a ser perros. Pensé en la amable alianza por la cual el hombre cuida al perro y el perro cuida al hombre. Quizá nosotros hemos olvidado nuestro origen, pero ustedes los perros no han olvidado el suyo, y en las noches lunadas lo recuerdan. Ahora sé, Terry, que el perro es el lobo del hombre. Un lobo manso y fiel que renunció a la libertad de la vida en los bosques para venir a nuestra casa y salvarnos de los temores nocturnos y de la soledad. Gracias, Terry, perro mío. Gracias, Terry, mi pequeño lobo. ¡Hasta mañana!...
MANGANITAS ›por afa
“Una señora declaró que su esposo era ratero”. Dejó a todos turulatos, pero luego precisó: “Ratero lo llamo yo porque nomás lo veo a ratos”


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