domingo, 28 de abril del 2024
 
Por Silvana Rivera
Columna: Sostenella y no enmendalla
Sostenella y no enmendalla
2016-07-05 | 09:31:36
Era el año 2000 cuando empecé a hacer estudios cualitativos en procesos electorales y pude ver de cerca cómo las encuestas, a pesar de tener valor estadístico, fallan estrepitosamente, mientras que los grupos de enfoque, cuyo valor es tomarle el pulso a la sociedad, aciertan en mostrar los motivos de voto de una ciudadanía que se sincera, muchas veces a pesar de sí misma, porque la dinámica de la discusión la implica sensiblemente. Las primeras encuestas que hizo en México, ese mismo año, el encuestólogo del partido demócrata de Estados Unidos, Stanley Greenberg, junto con Pearson, aseguraban que ganaría el PRI cuando todos los cualitativos que un grupo de colegas estábamos moderando apuntaban que perdía por primera vez en su historia. Perdió. Al final y a toro pasado Greenberg escribió un artículo en La Jornada para decir “por qué” no habían fallado sus encuestas (y las de todos), sino la estrategia de asignar proporcionalmente el voto indeciso a los diferentes partidos sin tomar en cuenta el desgaste del partido gobernante. ¿Si? Así, sin enmendar. En esta segunda vuelta de Elecciones Generales en España, como en la primera, volvieron a fallar todas las encuestas. Y como todas fallaban en el mismo sentido, hasta los más escépticos nos las creímos. Incluso Podemos, el más escéptico entre los escépticos, acabó seducido con el pronóstico de un éxito que casi lo llevaría directamente al gobierno. Y tal ha sido el shock postraumático y la falta de una voluntad de autocrítica que ha venido a decir, en boca de su líder Pablo Iglesias, que el resultado electoral se debe al miedo que ha sentido el votante ante la posibilidad real de que Podemos gobernara. Sí, claro, diría Perogrullo. Y es que esta afirmación es tan trivial y evidente y simple que no se corresponde con el potente discurso reflexivo de Pablo Iglesias ni con la capacidad de la organización que lo llevó ahí, el 15M, para cuestionar el desgastado mundo del status quo bipartidista. Decía Raúl Ávila, profesor de Lengua y Literatura del Colegio de México, que cuando todo el mundo está equivocado es porque todo el mundo tiene la razón. Y lo decía a propósito del verbo irregular forzar, que según la regla gramatical, se conjuga como fuerzo y no forzo pero que en la vida real el hablante, mayoritariamente, simplemente lo forza. Lo mismo se podría aplicar a estas elecciones porque la democracia es el derecho a ‘equivocarse’ mayoritariamente, en vista de que Podemos ha decidido poner en el miedo del votante la culpa del batacazo electoral. Si Podemos, en vez de sostenella, se preguntara porqué el votante tuvo miedo -más allá de las campañas del miedo que sólo son significativamente efectivas cuando el protagonista del temor pone de su parte y se comporta, sin saberlo, como su peor enemigo-, si Podemos se lo cuestionara tomándole el pulso a la sociedad, no sólo a sus bases y a sus propias encuestas,
entendería lo que quizá esté diciendo el votante español. Voy a arriesgar algunas conclusiones en función de lo que percibo: El épico discurso de Pablo Iglesias tras las elecciones del 20D fue un homenaje a los héroes republicanos de la Guerra Civil. Se entiende la intención porque la Transición fue una ley de punto final injusta para los perdedores, pero no fue un discurso coherente con la vocación de transversalidad del 15M convertido en Podemos. Y sobre todo no es eficiente, electoralmente hablando, empezar por remover los horrores del pasado. Aventuro que muchos de los que votaron a Podemos no necesitaban esas reivindicaciones y a algunos otros les produjo incluso escalofrío. No fue el miedo a que España se convirtiera en Venezuela, fue el miedo a que España reeditara una versión moderna de una guerra fratricida que está inscrita en el adn de izquierdas y derechas con igual pasión y dolor. Después vino una sucesión bizarra de gestos inescrutables: la chulería de Pablo Iglesias en las negociaciones para apoyar la investidura de Pedro Sánchez que muy probablemente ahuyentaron a votantes tránsfugas del Psoe; la exigencia -casi infantil- de hacerse con los ministerios de Interior y Defensa, entre otros, que pudieron abonar a la idea de que más que un cambio social, Pablo Iglesias añoraba una revancha política o un poder ilimitado. El imposible matrimonio con IU, “la izquierda de toda la vida”, según el propio Pablo Iglesias, que alejó a votantes de ambos partidos y que obligaron a una estrategia de comunicación que daba bandazos entre lo emergente transversal (concurrencia de gente distinta, diferentes banderas, diferentes colores) y lo extremo vertical (el encuentro histórico con la izquierda de toda la vida), pasando por la nueva socialdemocracia. Demasiados guiños y coqueteos de amplio espectro a unos y otros votantes que sembró un legítimo resquemor en el corazón del movimiento 15M, cuyo reclamo principal al statu quo bipartidista, ‘no nos representan’, podía también resonar para Unidos Podemos. Y cualquiera que haya pasado un rato en España sabe que un signo cultural español es no dudar y sostenella. El virtual posicionamiento de bandazos ideológicos de Unidos Podemos, sin enmienda ni autocrítica, pudo pasar por un intento de manipulación que los españoles no dudaron en cobrarse con votos. Unidos Podemos perdió más de un millón de votos. Pero Podemos no está muerto. Nació de un legítimo deseo de cambio que sigue ahí, latente, esperando una enmienda estratégica además de confesional y política. De otra manera no se entiende que un electorado crítico haya llevado al triunfo al partido con la mayor cantidad de expedientes de corrupción abiertos y con un candidato mal valorado que no emociona a propios y extraños.


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