sábado, 18 de mayo del 2024
 
Por Jorge Zepeda Patterson
Columna: ¿Quién (des)protege al Presidente?
¿Quién (des)protege al Presidente?
2016-08-22 | 09:58:05
Cuando tenía seis años y escuché por vez
primera la palabra olimpiadas, quedé
convencido que ese era el nombre que
recibían los juegos por los cinco brillantes
aros entrelazados: cinco Oes-limpiadas.
Hoy he vuelto a recordarlo, preguntándome
que habrá pensando Peña Nieto
que eran las Olimpiadas cuando designó
a Alfredo Castillo dirigente del deporte
nacional.
¿Qué resulta peor? ¿Un deportista
convertido en improvisado político o un
político metido a dirigir deportistas?
Usted escoja. Allí están Cuauhtémoc
Blanco y Alfredo Castillo para ilustrar
una mala versión, en uno y otro caso, de
reciclajes desafortunados en la vocación
profesional.
Y desde luego que hay conversiones
virtuosas. Salvador Allende era médico
y José Mujica era ingeniero agrónomo.
Chile perdió a un doctor y la agricultura
uruguaya a un técnico, pero al dejar atrás
su oficio terminaron convirtiéndose en
referencias históricas para sus países.
En el caso que me interesa, Cuauhtémoc
y Castillo, tiendo a ser menos crítico
con el futbolista porque, después de todo,
la naturaleza efímera de este oficio obliga
a todos ellos a improvisar alguna otra
vocación a partir de su temprano retiro.
Al acercarse a los 40 de edad deben dejar
atrás lo que fueron para reinventarse
en tareas distintas a aquellas en las que
tanto éxito tuvieron.
Lo que no entiendo, en cambio, es en
qué forma un policía fracasado podría
convertirse en dirigente de un grupo de
personas dedicadas a un oficio del que no
tiene la menor idea. Castillo, ex Procurador
de Peña Nieto en el Edomex y Fiscal
en el controvertido caso de la muerte de
la niña Paulette, se hizo célebre por las
peores razones durante su mandato como
Comisionado plenipotenciario en Michoacán
al arranque del sexenio. Sus abusos
de autoridad y su deplorable manejo
del caso de las guardias de autodefensa,
por no hablar de los nulos resultados en
materia de inseguridad, obligaron al
Presidente a pedirle su dimisión.
Constituye un misterio las razones
que llevaron a Peña Nieto a reciclar a
este personaje designándolo director de
la Conade, haciéndolo responsable nada
más y nada menos que de promocionar
el deporte nacional (tras un breve paso
como Procurador federal del consumidor).
En el caso de Cuauhtémoc Blanco y
su cuestionada gestión como alcalde de
Cuernavaca al menos existe el atenuante
de que fue elegido por los vecinos que
habrán de padecerlo durante tres años.
Castillo en cambio ha sido una calamidad
para atletas que no tuvieron voz en su
designación.
Pero Castillo en la Conade es un
misterio a medias. Ya en otros casos el
Presidente ha mostrado su tendencia a
proteger infames en nombre de la amistad
o de los servicios recibidos. Allí está
el caso del ex Gobernador Humberto
Moreira o el de Emilio Lozoya, ex titular
de Pemex, que en cualquier otro país
estaría siendo investigado luego de una
gestión tan dispendiosa como ineficaz.
Quizá Peña Nieto le debía favores a
su ex Procurador. No debió haber sido
fácil asumir la versión oficial en el caso
de Paulette (una niña que se metió abajo
del colchón para morir por asfixia). Un
dictamen tan conveniente para el padre
de la víctima, perteneciente a una familia
de inf luyentes del Edomex. O quizá simplemente
al mandatario le cae en gracia
este abogado penalista.
Pero si quería arroparlo bastaba con
designarlo titular de alguna oscura dependencia
jurídica en el basto reino de la
burocracia nacional. El misterio reside
en su designación como responsable del
deporte sabiendo que se venían encima
las olimpiadas. Algo así como ir a una
feria de libro sin aprenderte dos o tres
títulos, por si te preguntan.
Con el manotazo sobre la Conade en
víspera de unos juegos olímpicos, el Presidente
tenía mucho que perder y nada
que ganar. De haberse cosechado un buen
número de medallas, los deportistas habrían
sido considerado responsables de
sus triunfos; en el caso de una derrota,
la miradas crítica se depositaría en los
dirigentes. Con la designación de Castillo,
Los Pinos cargó en las espaldas de Peña
Nieto el costo político de un fracaso en
Brasil. Un riesgo tan innecesario como
inexplicable.
Y si encima nos detenemos en los defectos
del personaje, encontramos los
elementos de una tormenta perfecta.
Rijoso y conf lictivo con los dirigentes
de las distintas federaciones deportivas,
proclive al gasto suntuario, descuidado
en el uso y distribución de privilegios y
prebendas (¿a quién se le ocurre dotar
a la novia de una de las muy cotizadas
acreditaciones y exhibirla en medio de
la mayor concentración de periodistas
del orbe?).
En suma, la pregunta queda en el aire:
¿Quién protege al Presidente? (porque
está claro que él no lo hace).
@jorgezepedap


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