martes, 28 de mayo del 2024
 
Por Roberto López Delfín
Columna: Vórtice
Derecho a amar
2016-09-13 | 09:18:18
Históricamente, la realidad económica, política y social han sido resultado de la violenta lucha de fuerzas antagónicas y opuestas que han hecho predominar sus intereses, visión y proyectos; aún a costa de la vida, libertades y derechos más fundamentales de aquellos que consideran “diferentes”, “enemigos” o simplemente estorban a su lógica excluyente basada en la imposición, la intolerancia, la discriminación sancionada por la Ley. Mucho lamento confesar que el Derecho -quehacer al que básicamente he dedicado mi vida profesional productiva- es y ha sido, muy especialmente en nuestro País, el elemento clave de la dominación para que las clases y capas sociales predominantes (políticos, potentados, potencias extranjeras hegemónicas, factores reales de poder, etc.) obliguen a sus “subordinados” –antes súbditos, hoy ciudadanos- a hacer, decir, amar, callar e incluso pensar de un modo conveniente a sus sectarios intereses de grupo, en menoscabo de los intereses de las clases o grupos más desfavorecidos o minoritarios. Por ello no sorprende que las Leyes de todas las latitudes hayan alentado la esclavitud; hayan limitado la movilidad humana y restringido el comercio, la libertad, el pensamiento y la educación científica de las personas; así como su derecho para amar a quien quieran, como quieran y cuando quieran –siempre y cuando no se violenten derechos de niños ni terceros- a fin de someter a las masas al mandato de las normas morales de los que dominan, para perpetuarse en el poder, seguir gobernando a través de leyes a su gusto y conveniencia, por irracionales que sean. Hoy estas tesis retoman actualidad pues el sábado 11 de septiembre, el conglomerado de ONGs que integran “El Frente Nacional por la Familia” convocaron y realizaron la “Marcha por la Familia” en la que concentraron –según sus comunicados- más de un millón de personas en movilizaciones simultaneas realizadas en más de 70 ciudades y localidades de 23 entidades del País. En ella participaron 11 obispos católicos; clérigos evangélicos y mormones, con el propósito prohibir el matrimonio “gay o igualitario”, rechazar lo que ellos llaman “ideología de género” (igualdad al margen de preferencias sexuales) y “reivindicar” el derecho a la libertad de educación (o sea, educar en escuelas públicas y privadas a los menores de edad en la religión específica que elijan sus padres y condenar la educación sexual científica). Respetamos el derecho a manifestarse y expresarse libremente de todos y cada uno de los mexicanos, pero no por ello creo debamos regresar a la edad media, al oscurantismo de condenar como “antinaturales” formas específicas de pensar, amar y formar una familia, de común y expreso acuerdo con otras personas, fueren quienes sean. Rechacemos la ortodoxia de quienes consideran tener el derecho “divino” y/o mayoritario de imponernos sus formatos, creencias y concepciones acerca de la educación, la vida, el amor y la libertad de disponer de nuestros cuerpos. Si tan convencidos están ellos de tener la razón perfecto, que sigan al pie de la letra las normas que consideran mandatadas por sus deidades y doctrinas, pero no permitamos sigan haciendo a la sociedad entera rehén de sus creencias y opiniones.
Jurídica y racionalmente, en el ámbito de los derechos humanos, ninguno establecidos en Nuestra Constitución y reivindicados por la Suprema Corte de Justicia –como los de casarse y adoptar al margen de preferencias sexuales- debería ser objeto de discusión, discriminación ni limitación. Menos aún en un País como el nuestro que ha sufrido varias y sangrientas guerras religiosas que ha derrotado a los teócratas y enemigos de las libertades humanas, una Nación donde la violencia, la desigualdad, el sectarismo y la polarización son parte de nuestra vida cotidiana. ¿Dónde está en Estado laico? ¿Cómo pretender perpetuar, alentar discriminaciones en uno de los países más desiguales del mundo, donde diariamente se manifiesta racismo (inconfeso); machismo; clasismo y división social? Según datos de la Universidad Iberoamericana (jesuita y confesional, Regida de la congregación de la que forma parte el Papa Francisco, líder de la Iglesia Católica), en un desplegado firmado para rechazar las exigencias de la marcha, cuando menos 6 de cada 10 mujeres han padecido violencia sexual y se están incrementando en forma alarmante los crímenes de odio y la discriminación contra la comunidad gay, bisexual, transexual, travesti e intersexual (LGBTTTI) a quienes pretenden impedir legalmente amarse sin limitaciones, formar una familia y casarse. ¿Se puede limitar el derecho de amar? ¿Por qué debemos imponer a los demás nuestras concepciones (¿prejuicios) personales acerca de la educación sexual, la familia, el amor y el deseo a otras personas? ¿Acaso no el pueblo de México se enlutó la semana pasada por la muerte del trovador Juan Gabriel –elemental, admirado, notorio homosexual confeso- que incitó el homenaje popular más multitudinario en la historia del País (muy superiores en asistencia de las exequias públicas en “Bellas Artes” de Frida Kahlo; “Cantinflas” y; los nobeles Gabriel García Márquez y Octavio Paz)? Nuestra pacífica, civilizada convivencia social exige acatemos respetuosamente, sin hipocresía ni relativismos que los derechos humanos de los mexicanos estarán a salvo hasta que todos los defendamos enérgicamente para todos, así disintamos de la forma de pensar, vestir y amar de cada uno; que ningún grupo pretenda imponer restricciones a la libertad de disponer de nuestros cuerpos y formar familia; que cese la violencia de género; la lógica excluyente moralista, retardataria, derechista de “iluminados religiosos” que ansían el restablecimiento del “pensamiento único”, herencia de los 400 años de colonialismo español en México y los gobiernos autoritarios. Que se prohíba la discriminación contra el diferente y se castiguen los soterrados crímenes asociados con motivaciones sexistas, machistas, homofóbicas, de preferencia sexual, familiar o respecto a la forma individual de pensar, creer y amar. Comprendamos que vivimos en un Estado laico, secular, plural y democrático de Derecho. Somos ciudadanos de siglo XXI, el más liberal y evolucionado de nuestra civilización. No nos permitamos arrasar por vociferantes y excluyentes propuestas autoritarias del pasado, por fanáticas, multitudinarias y amenazantes que sean o parezcan.


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