viernes, 07 de junio del 2024
 
Por Fernando Vázquez Rigada
Columna: Cínicos
Cínicos
2016-10-03 | 09:13:16
Vivimos la era del cinismo. Fox. Trump. Peña. Putin. El mundo se puebla de políticos que hacen de sus defectos sus ofertas centrales de campaña. Parece que el desprestigio, prestigia. Lo increíble no es que la ignorancia, la inmoralidad o la corrupción se desnuden. Es que vendan. Y venden bien. La política, se sabe, a menudo se mueve en una zona opaca de la ley y la moral. Maquiavelo advertía: es el pragmatismo, no los valores, lo que hacen a un Príncipe eficiente. Bismark decía que nadie debía saber cómo se hacían ni las salchichas ni los acuerdos políticos. La diferencia es que, a menudo, la inmoralidad, el abuso, el chantaje, quedaban confinados a los entretelones de la vida pública. A los sótanos y las cloacas. Pasaban muchos años para que parte de la verdad emergiera: por la descalificación, por la vejez de los actores o por la perseverancia de los historiadores. Hoy no. Pareciera que la desfachatez es el nuevo eje del discurso político. Mentir a lo grande o peor: exponer los defectos propios con absoluto aplomo, arrojo y galanura. Trump contesta a HIllary Clinton en el primer debate presidencial cuando le acusa de no revelar sus declaraciones fiscales, acaso porque no ha pagado impuestos en años: -Eso me hace ser listo. Quien aspira a ser presidente de la nación más poderosa del mundo, admite su sagacidad por violar la ley y por dejar de contribuir al esfuerzo nacional que financia las pensiones, la salud pública, la educación. También revira cuando Hillary le recordó que había dicho que se aprestaba a comprar a precio de ganga
miles de casas de las que serían despojadas las familias norteamericanas por la bancarrota de 1997: “Eso es hacer negocios”. Putin se exhibe como un autócrata capaz de aplastar al crimen, poner orden y restablecer la grandeza de Rusia. El precio es la libertad, por supuesto. Pero no importa. Va para tres periodos gobernando con mano de hierro y uno más a través de su cachaflán, Dmitri Medvedev. Nicolás Maduro dice hablar con el espíritu de Chávez. Peña que la corrupción somos todos, inluyéndose, acaso involuntariamente. El mandamás de Zimabue, Robert Mugabe, inaugura su propia estatua, gigante, tras 19 años ininterrumpidos de dar sus esfuerzos a la patria. Rajoy es incapaz de lavarse el descrédito de la corrupción de su partido y gana dos elecciones al hilo. Dice, cuando es señalado por la podredumbre de los suyos: “Nadie es perfecto” Así. Por esa tendencia terrible de confundir cinismo con transparencia, la corrupción se ha vuelto arrogante y ofensiva. Ya no solo se roba: se ostenta. Los Bush inauguraron la era de la colusión abierta entre grandes corporaciones y gobierno. Pusieron en marcha la puerta giratoria en donde los mismos hombres pasan de ser dirigentes corporativos a ocupar cargos públicos sin asomo de conflicto de interés. José María Figueres, lleno de inmundicia, regresa a Costa Rica para tratar de apropiarse de su partido y ser, ¿por qué no?, nuevamente presidente. El ejemplo de los gobernadores mexicanos es atroz. La moda, descubierta bajo el (des) gobierno de Javier Duarte en Veracruz, pero replicada al menos en
Coahuila, fue crear empresas fantasma para robarse el dinero sin contraprestación. El viejo priismo acuñó una frase del filósofo de la corrupción, Carlos Hank González: -Haz obra, que sobra. Implicaba que entre más se financiara infraestructura, más se podía obtener de ganancia. Un fraude y un abuso, que implicaba que entre más se hiciera mayor la utilidad. Algo, sin embargo, y no lo justifica, quedaba para la gente. Ahora llegó la simplificación. Simplemete se roba. El hecho revela la ausencia absoluta de ética, de honor, de decoro y de solidaridad con la necesidad y el dolor de los demás. En Sonora, se acusa al ex gobernador de haber robado 32 mil millones de pesos: unos 1,600 millones de dólares. La fortuna sucia de estos personajes está ahí: a la vista de todos. Lo terriblemente consternante es que estos políticos estén vigentes, permanezcan. Ganen elecciones. Sigan impunes. A principios del siglo XX, Luis Cabrera denunció al grupo gobernante de saquear al país. La bancada oficialista le demandó pruebas. Cabrera los demolió: -Los acuso de ladrones, no de pendejos. Ya no. Algo habrá que hacer. La ética deberá volver. El compromiso. La empatía y la igualdad. De no hacerlo, seguiremos en la maldición de José López Portillo que nos sujeta desde hace años: somos un país de cínicos. Lo peor que nos podía pasar.
@fvazquezrig


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