sábado, 27 de abril del 2024
 
Por Leo Zuckermann
Columna: Juegos de poder
El peligro de la demagogia
2016-10-10 | 09:32:51
Créame, estimado lector, que me choca escribir este tipo de artículos para criticar a políticos demagogos. Lo aborrezco porque es hacerle el caldo gordo a aquellos que explotan los prejuicios de la gente con diagnósticos simplistas de problemas complejos proponiendo soluciones equivocadas. La demagogia, como bien lo definió Aristóteles hace muchos siglos, es hija de la democracia pero es su forma más corrupta o degenerada. El problema es que en nuestros tiempos se ha vuelto cada vez más común en todos lados incluyendo a México. En esta ocasión me refiero al senador Jorge Luis Preciado, demagogo por excelencia, quien hace mucho no figuraba en los medios de comunicación y que, con un enorme afán de regresar a la palestra, está proponiendo una barbaridad: permitir que la gente tenga armas de fuego fuera de su hogar para resolver el creciente problema de la inseguridad en nuestro país. Me choca, en este sentido, escribir este artículo criticándolo porque de eso viven los demagogos: de que se hable de ellos, bien o mal, no importa, pero que estén presentes en la conversación cotidiana. De llevarse las ocho columnas y conseguir entrevistas por doquier. Y ahí vamos los medios, como borreguitos, dándoles espacios a las barbaridades de los demagogos.
Es una trampa del régimen democrático. Se juntan el hambre con las ganas de comer. El político demagogo tiene incentivos para lanzar propuestas incendiarias. Los medios tienen incentivos para reportarlas, analizarlas y debatirlas porque, entre más escandalosas, más suben los índices de audiencia. Se premia, así, la estupidez frente a la seriedad. Desgraciadamente los medios le dan más espacios al senador estridente que al político juicioso que lleva años desarrollando una solución compleja a un problema igualmente complejo.
Lo que está proponiendo Preciado es una burrada. Está explotando un miedo muy real producto de la creciente inseguridad. La gente está temerosa que la asalten, secuestren, extorsionen o asesinen. Eso es un hecho. Pero, ¿la solución es permitir que los ciudadanos compren armas para utilizarlas en los automóviles o lugares de trabajo? ¡Claro que no! Numerosos estudios académicos demuestran que las sociedades donde es legal la portación de armas son mucho más violentas que donde está prohibido. México, por ejemplo, era un país violentísimo, mucho más que ahora, después de la Revolución debido a la gran cantidad de armas que había entre la población. La criminalidad, y sobre todo el homicidio, disminuyó en la medida en que funcionaron los programas gubernamentales para “despistolizar” a la sociedad y regular la compra-venta de armas.
Es cierto que el Estado nos debe mucho a los mexicanos en materia de seguridad pública. Pero la solución no es armarnos para defendernos: eso sólo va a incrementar la violencia. La solución pasa por un complejo y tardado proceso de fortalecimiento de las instituciones de toda la cadena de instituciones relacionadas con la seguridad: policías, fiscales, jueces y cárceles. Incluso, aunque nos disguste, tendríamos que analizar la posibilidad de pagar más impuestos para desarrollar estas capacidades del Estado. Pero, hombre, todo esto ya suena muy enredado y complejo para una sociedad desesperada que quiere soluciones inmediatas. Ahí entra el demagogo con su varita mágica: permítanse que los ciudadanos se armen. Algunos en la galería se emocionan frente a esta propuesta. La idea de poder embriaga: “cómo me encantaría meterle un par de plomazos a los raterillos que me intenten asaltar en el Periférico”. Los medios, encantados por la provocación, entrevistan al senador que estaba en el olvido. Los analistas le dedican ríos de tinta. Algunos, con vena demagógica, lo apoyan. Otros lo censuran. Ya se armó la gorda.
Por eso me choca escribir este tipo de artículos. Pero, ¿qué podemos hacer los analistas frente a los demagogos? Ignorarlos es imposible en este mundo cada vez más estridente de medios y redes sociales 24/7. Algo tenemos que argumentar, aunque esto engorde más el caldo del demagogo. Lo que hay que machacar, ni modo, es que las soluciones demagógicas son una tontería que incluso pueden agravar más los problemas.
La demagogia es tan vieja como la democracia. En esta época se ha exacerbado por el gran poder de los medios y las redes sociales. Eso explica, en parte, el repugnante fenómeno de Trump en Estados Unidos. Acá, en México, tenemos nuestros propios Trumpitos región cuatro como Jorge Luis Preciado quien no se merecía mención alguna pero que ya se llevó esta columna entera. Regodéese, senador…



Twitter: @leozuckermann


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