domingo, 28 de abril del 2024
 
Por Roberto López Delfín
Columna: Vórtice
Peligros de la democracia
2016-10-12 | 10:38:54
En la casa de Fernando Gutiérrez Barrios, amigo
y mentor, escuché mientras desayunábamos –dos
semanas antes de su muerte- en su casa de San
Jerónimo un sábado de 1999, en ocasión del análisis
de algunos de los problemas estructurales
de Veracruz que “si el pueblo decía que era de
noche habría que prender las farolas”, expresión
muy suya que acogí con una sonrisa y de la cual
discrepé amigablemente, argumentando que la
labor de los gobernantes no era reflejar los deseos y
preferencias –siempre coyunturales- de su pueblo,
ni plegarse ante quienes podían manipularlo, sino
ver por la solución de fondo de sus problemas, so
pena de convertirse en marionetas, simuladores,
populistas o demagogos. Mi amigo asintió socarronamente.
Recientes acontecimientos nos han puesto
frente a las trampas de la Democracia –así, con
mayúsculas- cuando se ejerce de forma directa y
se consulta al electorado que desea hacer frente
a un momento determinado, donde lo que debe
privar es el sentido común e histórico, la necesidad
de servir al bien común, en el marco del Estado
de Derecho, con visión de futuro.
Presenciamos atónitos cómo el 24 de junio
pasado los británicos decidieron, mediante referéndum,
por menos de un 2% de la votación, salir
de la Unión Europea, sin duda el esfuerzo más
adelantado de integración supranacional visto
en la historia humana; el 2 de octubre pasado el
electorado colombiano, con un abstencionismo
superior al 62.5%, decidió por menos de un .5%
de la votación decirle “No” a la paz que pondría fin
a una guerra que ha durado más de medio siglo y
costado la vida de más de un cuarto de millón de
personas en ese País y; el mundo ve aterrorizado
la posibilidad de que la mercadotecnia, el discurso
simplista de odio y el voto popular haga presidente
de Estados Unidos a Donald Trump, a fe mía
el candidato más mentiroso, racista, machista,
demagogo, ignorante y egocéntrico de cuantos
abanderados del partido republicano han contendido
por el cargo electivo más poderoso del
mundo, en los últimos 50 años.
De nada han servido que los británicos más
jóvenes y los más preparados abrazaran el europeísmo
y el Brexit desquiciara la economía y la
geopolítica mundial; que el Presidente de Colombia
ganara el Nobel de la Paz por su compromiso
con la pacificación de Colombia y; que Trump
sea exhibido una y otra vez como el pretencioso
farsante que es, podría democráticamente llegar
a gobernar a un País que podría suscitar guerras
en todas las latitudes.
En México, no puede uno sino inquietarse
al consultar las recientes encuestas nacionales
realizadas por los periódicos “Reforma”, “Excélsior”
y el “Financiero” sobre el nivel de apoyo y
aceptación a la democracia mexicana; sobre los
derechos al matrimonio igualitario; el derecho a
la adopción por parte de parejas del mismo sexo
y; el derecho a las mujeres para decidir sobre su
fertilidad (incluyendo el derecho al aborto); temas
en los que hay opiniones muy divididas, radicales,
polarizadas.
Afortunadamente los miembros informados,
democráticos y respetuosos del Estado de Derecho
sabemos que dichos temas no deben depender de
la opinión de las mayorías por tratarse de reivindicaciones
derivadas de los derechos humanos
ya reconocidos por nuestra Constitución, por lo
que deben ser reconocidos para todos, como ha
venido ocurriendo al margen de las opiniones y
pareceres, pues los derechos humanos fundamentales
de nadie pueden estar a votación, plebiscito
ni referendo.
Nuestros Derechos deben hacerse valer más
allá de cualquier consideración, la igualdad es
un presupuesto de las acciones legales y no existe
deber jurídico más importante para el Estado -
Gobierno que salvaguardarlos así se opusieran
a su ejercicio la mayoría de los ciudadanos, sus
gobernantes o gobiernos extranjeros como el
Vaticano o nuestro poderoso vecino del norte.
La historia respalda que la conflictividad social
se resuelva siempre a favor de los derechos
humanos fundamentales, cuando al parecer hay
un conflicto entre ellos.
Si la esclavitud, el Apartheid o el reconocimiento
de los derechos de las mujeres –como el
sufragio o el control de su capacidad reproductivase
hubieran sometido a votación del electorado
(originalmente conformado únicamente de varones
y hombres libres) sin duda ninguno de estos
derechos hubiese podido ganar votación alguna.
Fueron decididas acciones sociales, judiciales
y políticas las que cambiaron la historia de las minorías
y especialmente de las mujeres; aboliendo
la esclavitud, la servidumbre y dando igualdad de
derechos políticos, sociales, económicos, sexuales
y laborales a todos al margen del color de su piel,
raza, religión, sexo y militancia política, lo que ha
llevado a la Democracia al estadio de desarrollo
que hoy conocemos, lo que nos lleva -necesariamente-
a la observación que instituciones como
la “familia”, el “Gobierno” la “Democracia” y los
propios “derechos humanos” están en constante
evolución, por lo que ningún legislador o electorado
debe encadenar a una sociedad a restricciones
inmutables a perpetuidad.
Ninguna “verdad” social ni política se ha
mantenido inalterada ni lo hará, pues nuestras
civilizaciones –en cuanto surgidas de nuestra
realidad natural- están sometidas a las invariables
leyes que gobiernan lo mismo nuestro planeta y
el universo, donde lo único seguro es el cambio.
Confieso que considero a la democracia un
sistema de gobierno con paradojas y peligros, pero
sin duda es el menos imperfecto que ha podido
diseñar y poner en práctica la civilización humana
y advierto que las trampas de los procesos, las
campañas político – electorales, los prejuicios,
la manipulación de los medios de comunicación,
los lobistas y los factores reales del poder pueden
pervertir el valor y sentido de la voluntad popular
y las verdaderas finalidades, valores de las
democracias, sumergiendo a los pueblos en la
obscuridad más absoluta.
El reino del populismo, la demagogia, la manipulación
y las dictaduras “perfectas” camufladas
como democracias formales pasan por el gobierno
no de los mejores, sino de los más populares, los
más influyentes y/o los poderosos de siempre.
Por ello, hay que asumir muy próximos a México
los conflictos, dilemas y contradicciones de las
democracias modernas que, como en los casos de la
británica, la colombiana y la estadounidense, han
debido encarar controvertidos, contraproducentes
procesos decisorios que, por distorsiones de la
voluntad popular democrática, han generado
cataclísmiscas consecuencias en sus naciones y
en el mundo entero.
Los derechos humanos no pueden depender del
visto bueno, ni la aprobación de las mayorías. Es
necesario reconocer que en realidad, la democracia
es una abstracción, que no hay democracia eficaz
sin demócratas comprometidos, responsables,
racionales. Que el sufragio debe ser informado, útil
y emitirse libre, ponderada y mayoritariamente,
para que cada pueblo decida lo mejor para ellos.


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