domingo, 28 de abril del 2024
 
Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
¿Protector o protegido?
2016-10-15 | 11:05:55
¿De quién son estas nalguitas?”. La
insólita pregunta rompió el silencio
que reinaba en la oscuridad del coche
dormitorio en aquel viaje por ferrocarril.
¿Quién preguntó eso en voz tan alta y con
impaciencia tal? La pregunta la hizo un
anheloso recién casado que junto con su
flamante mujercita ocupaba una litera en
el vagón. Aquel galán había empezado su
tierno interrogatorio en voz muy baja y
dentro de los límites de la decencia: “¿De
quién son estos ojitos?”. Y ella, ruborosa:
“Tuyos, mi amor”. “¿Y esta boquita?”.
“Tuya, mi cielo”. “¿Y este cuellito de gacela?”.
“Tuyo, mi vida”. “¿Y esta cinturita
de palmera arábiga?”. “Tuya, ángel mío”.
Fue entonces cuando el encendido novio
tomó otro derrotero.
Sin poderse contener preguntó entre
acezos: “¿De quién son estas nalguitas?”.
La pregunta fue tan abrupta, tan inesperada,
que la cándida doncella quedó sin
habla, confundida. El muchacho volvió
a inquirir, tremoso: “Estas nalguitas ¿de
quién son?”. Tampoco ahora respondió
la chica. Poseído por el ardiente rijo, con
urgencia que lo hizo levantar la voz sin
darse cuenta, preguntó por tercera vez
el desposado: “¿De quién son estas nalguitas?”.
Se oyó una voz de enojo venida
desde el fondo del vagón: “La persona
que haya perdido unas nalguitas favor de
reclamarlas, a ver si ya nos dejan dormir
en paz”. En la arena de la Sociedad Mutualista
“Obreros del Progreso”, donde
se hacían las funciones de lucha libre en
mi ciudad, solía surgir de entre el público
un grito para incitar a los púgiles a poner
más acción en el combate: “¡Quiero
ver sangre!”. La respuesta era obligada:
“¡Vete al rastro!”.
La solicitud de licencia presentada
por Javier Duarte, gobernador de Veracruz,
no calmará la exigencia de los
ciudadanos. Ellos quieren ver cárcel.
Ciertamente merece aplauso la decisión
del PRI y el gobierno federal de obligar
al político veracruzano a dejar el cargo
ante los indicios de corrupción tan grave
que su administración presenta.
Sin embargo la ciudadanía está habituada
a ver que siempre esos retiros
obedecen más a un fin de política que a
una voluntad real de llevar a la justicia
a quienes han malversado los fondos
públicos y con ellos se han enriquecido.
Los mexicanos piensan que previamente
a una salida como la de Duarte se
hicieron componendas, arreglos, pactos
por abajo de la mesa entre las partes, both
members of the same club, pertenecientes
al mismo club.
Aun así, en casos como éste, y en otros
más -no pocos- que están todavía pendientes,
los mexicanos siguen gritando
a toda voz: “¡Quiero ver cárcel!”. Ya no
es posible dejar de oír ese sonoro grito.
Solicia Sinpitier, madura señorita
soltera, se quejaba de toda suerte de
achaques, ajes, alifafes y arrechuchos.
Sus hermanos le dijeron: “Te vamos a
poner un médico de cabecera”. Preguntó
tímidamente la señorita Sinpitier: “¿No
podrían ponérmelo de toda la cama?”.
Nalgarina Grandchichier le comentó
a su amiga Pomponona: “Ya no estoy
tomando la píldora. Tengo miedo de los
efectos laterales”. “Yo la sigo tomando
-dijo la otra-. Tengo más miedo de los
efectos frontales”.
Uglicio, hombre muy feo, declaró en
la fiesta: “Soy de la Sociedad Protectora
de Animales”. Le preguntó una chica:
“¿Protector o protegido?”.
Don Algón entró en el cuarto de archivo
y ¿qué miró? A su linda secretaria
Rosibel y al contador Pitorro entregados
al acto natural que con diversos nombres
se conoce: el H. Ayuntamiento; el foqui
foqui; gastar el petate o desvencijar la
cama; regar el culantrito, etcétera. Exclamó
con enojo don Algón: “¿Qué significa
esto?”. Replicó el tal Pitorro: “Los dos
habíamos acabado ya nuestro trabajo,
jefe, y no nos gusta estar sin hacer nada”.
FIN.

MIRADOR
››armando
fuentes aguirre
Me alegró mucho el otorgamiento
a Bob Dylan del Premio Nobel
de Literatura.
No es él un poeta en el sentido
estricto de la palabra. Pero ningún
poeta lo es en ese sentido.
Lo que hace que cada poeta sea
un poeta es haberse liberado del
sentido estricto de las palabras.
Con Bob Dylan el Premio Nobel,
que siempre ha llegado sólo a las
capillas y cenáculos, a los círculos
académicos e intelectuales,
llega ahora a la calle, al Metro, a
los bares, a la ciudad donde los
muchachos gritan y los hombres
y las mujeres cantan y maldicen.
Es un saludo a la gente común;
un reconocimiento a aquéllos que
han querido cambiar el mundo
antes de ser aplastados por él.
Siempre me ha sido un poco antipático
aquel premio: lo recibió
José Echegaray y no se le entregó a
Borges. Me reconcilio con el Nobel
-también un poco- ahora que la Academia
Sueca fue insólitamente tocada
por un halito fresco de locura.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
››por afa
“Cayó un gran meteorito en
Estados Unidos.”
Vio el Señor que Trump seguía
discurso desbocado y exclamó
muy enojado: “¡Me falló la puntería!


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