Por Armando Fuentes Aguirre
Columna: Mirador
Mirador
2017-01-02 |
09:30:47
Me habría gustado conocer a Domenico Montagnana, italiano del siglo dieciséis.
Su padre era zapatero, y desde niño le enseñó el oficio. Pero cuando Domenico creció no hizo zapatos: fabricó cellos y violines. Su fama llegó a igualar a la de Stradivarius; los más celebrados músicos pagaban precio de oro por sus instrumentos.
Algunos de sus cellos han tenido nombres peregrinos: Petunia -su dueño es Yo-Yo Ma-; El Caballero; el Poderoso Veneciano; el Bella Durmiente.
En su madurez Montagnara conoció a una hermosa mujer llamada Caterina, y la hizo su esposa. Ella le dio seis hijas. El nacimiento de la última le causó a la madre, aún joven, una extraña forma de parálisis que la llevó a la tumba. Domenico entristeció en tal modo que ya no salió de la casa donde había vivido con su amada. Murió dos años después. Los médicos dijeron que de hipocondría; sus amigos dijeron que de tristeza.
Me habría gustado conocer a Domenico Montagnana. No era músico, pero de sus manos salieron maravillosos instrumentos que cantan por él todavía en nuestro tiempo.
Amó a su esposa en tal manera que cuando ella murió él no quiso ya seguir viviendo. Amor a la música. Amor a una mujer. Con amores así se puede ir a la muerte sin temerla.
¡Hasta mañana!...