jueves, 02 de mayo del 2024
 
Por Catón
Columna: De política y cosas peores
De política y cosas peores
2017-02-19 | 09:49:51
Aún queda tiempo

“¡Qué bien cantas, Melbina!”. “Y eso que tengo laringitis”. “¡Qué bien bailas, Melbina!”. “Y eso que tengo pies planos”. “¡Qué bien haces el amor, Melbina!”. “Y eso que tengo herpes”...
El doctor Ken Hosanna salió de cacería muy temprano un domingo por la madrugada. En las afueras de la población se topó con don Arsilio, el cura párroco del pueblo, que se dirigía a oficiar la misma de alba. “¡Dichosos los ojos, médico! -le dijo el presbítero al facultativo-. ¿Tan temprano, y ya va usted a ver a sus pacientes?”. “No voy a eso -se amoscó el galeno-. Voy de cacería. ¿Acaso no ve usted el rifle?”. “Lo veo -replicó el buen sacerdote-, pero pensé que lo traía por si le fallaban los recursos de la ciencia”...
El gendarme del barrio se hallaba en su esquina de costumbre cuando junto a él pasó Pepito corriendo a todo correr. Tras él corría don Sinople, señor de buena sociedad, que perseguía hecho una furia al muchachillo al tiempo que esgrimía amenazante su bastón de junco con puño de marfil en forma de toisón y le gritaba sonoras maldiciones: “¡Truhán! ¡Malandrín! ¡Pícaro! ¡Bribón! ¡Bellaco! ¡Perillán!”.
El policía le preguntó al señor echando a correr a la par de él: “¿Qué le sucede, don Sinople? ¿Por qué persigue así a ese chamaco?”. Respondió el empingorotado caballero: “Me preguntó la hora, y cuando le dije que faltaban 10 minutos para las 10 me dijo: ‘A las 10 en punto vaya usted a tiznar a su mamá’.
No puedo tolerar una ofensa de tamaña gravedad, ni siquiera viniendo de un muchacho. Ha de saber usted que mi señora madre fue doña Recesvinda Gules, hija de un grande de España. Casó con el Marqués Otte, inglés, pariente en octogésimo segundo grado del rey Jorge, y vivió con él en Bombay hasta su muerte, causada por trompazo de elefante.
De regreso en España casó en segundas nupcias con mi padre, coronel de artillería en la Brigada Carmen Franco. ¿Piensa usted, señor jenízaro, que viniendo de tan ilustre origen puedo yo dejar sin castigo la ofensa inferida por ese insolente cebollino a la memoria de mi progenitora?”.
Todo eso lo dijo don Sinople sin dejar de correr ni de esgrimir, amenazante, su bastón de junco con puño de marfil en forma de toisón. El gendarme, que seguía corriendo junto a él sin perder paso, le preguntó: “¿Qué fue lo que le dijo el muchachillo?”.
“Se lo repito -contestó el señor-. Me preguntó la hora. Yo saqué mi reloj de bolsillo, regalo de primera comunión de mi padrino, el Conde Naddo-Alhorca, dueño de grandes extensiones de oliva¬res y el mayor envasador de aceitunas tetudas en Andalucía.
Le informé al chico: ‘Faltan 10 minutos para las 10’. Y él me respondió: ‘A las 10 en punto vaya usted a tiznar a su mamá’. Por eso corro tras él gritándole sonoras maldiciones y esgrimiendo amenazante mi bastón de junco con puño de marfil en forma de toisón”. Sin dejar de correr junto al señor le dijo el gendarme: “Y ¿para qué se apresura usted, don Sinople? Todavía faltan 9 minutos para las 10”...
Don Ultimio pasó a mejor vida. Muy bien lo dijo Borges: “Morir es una costumbre que sabe tener la gente”. Poco después falleció también su cónyuge, doña Paciana, con quien el señor había vivido 60 largos años.
Sucedió que la mujer entró en el Cielo, y lo primero que vio fue a su marido, rodeado de bellas almas de mujer a las que entretenía con su ingeniosa charla. Doña Paciana fue hacia él corriendo, los brazos abiertos y la expresión sonriente.
“¡Esposo mío! -le dijo jubilosa-. ¡Qué bueno que te encuentro! ¡Ahora podremos vivir juntos toda la eternidad!”. “¡Ah no! -rechazó con energía don Ultimio-. ¡Yo dije nada más: ‘Hasta que la muerte nos separe’!”. FIN.
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2017-02-15 | Cualquiera de los dos de política y cosas peores por catón Dulciflor, doncella núbil, estaba en vías de tomar estado. Quiero decir que se iba a casar. Importante institución es el matrimonio. Constituye el cimiento de la sociedad. Eso explica por qué actualmente la sociedad se mira tembleque y agrietada, como casa ruinosa con los cimientos quebrantados. Dice un antiguo dicho que el hombre se casa cuando quiere, y la mujer cuando puede. La historia de Dulciflor confirma ese apotegma. Inútilmente había buscado un hombre que aceptara el compromiso del casorio. Desesperaba ya de hallarlo cuando un buen día le salió un galán dispuesto a dejarse conducir al ara, si no del sacrificio sí del esponsalicio. Dulciflor, con la listeza propia de su sexo, le echó el lazo en menos tiempo del que tarda en persignarse un cura loco. La verdad es que el hombre no seduce, es seducido; no conquista, es conquistado. El matrimonio es un combate en el cual las batallas se libran después de que uno de los combatientes ya ganó la guerra. El hombre se resigna al matrimonio con tal de tener sexo, en tanto que la mujer se resigna al sexo con tal de tener matrimonio. Pero advierto que me estoy apartando del relato. Vuelvo a él. Dulciflor, que contaba ya 25 años de edad, era virgen. Ni se lo alabo ni se lo reprocho: me limito a consignar el dato. Sabía, sin embargo, las cosas de la vida, tanto por sus lecturas como por sus conversaciones con amigas solteras y casadas -sobre todo solteras- de mayor experiencia que la suya. Además iba con frecuencia al cine, y las películas, que antes eran proyectadas en una sábana, suceden ahora casi todas entre sábanas. Por eso ya estaba preparada para la ocasión. Aun así le pidió consejo a su abuelita, señora que por haberse casado cuatro veces y enviudado otras tantas sabía mucho acerca de la condición matrimonial. Le dijo: “Abue: no sé qué ropa ponerme en mi noche de bodas. Tengo en mi trousseau un negligé tenue, vaporoso, que no deja nada a la imaginación; un brassiére mínimo que descubre en el realzado busto la insinuación de las areolas; un brevísimo pantie audazmente crotchless, de encaje transparente que no alcanza a velar la incitante sombra del llamado mons veneris; un liguero francés de seda negra, ymedias de igual color con raya, como aquéllas que se quitó Sophia Loren ante Marcello Mastroianni en la inmortal escena de striptease de la película “Ayer, hoy y mañana”. Pero tengo también un ajuar totalmente contrario a ése. Lo conforman una vieja bata de popelina beige que por arriba me tapa hasta las orejas y por abajo me cubre hasta las uñas de los pies; un anticuado corpiño de color salmón; unos calzones bombachos de los tiempos de Maricastaña capaces de abatirle el ánimo al más enhiesto amante, y unas medias de popotillo café de ésas a las que se les hace un nudo arriba para que no se bajen. Estoy en un dilema, abuela. No sé si ponerme aquella ropa sensual, provocativa, como diciéndole a mi novio: “Aquí me tienes, toda para ti. Que no quede comarca de mi cuerpo que no visites con tus manos, tus labios o tu lengua”, o vestir aquel atuendo púdico para decirle: “Soy casta. Soy honesta. Me son ajenas las cosas del amor”. ¿Cuál de los dos atavíos crees que debo ponerme en mi noche nupcial?”. “Mira, hija -le contestó al punto la abuela-. Ponte lo que te dé la gana. Al cabo de cualquier manera vas a marchar”. En la elección presidencial del próximo año el PAN postulará a Margarita Zavala o a Ricardo Anaya. El PRD, posiblemente, a Miguel Mancera. Y Morena, claro, a López Obrador. ¿A quién postulará el PRI? ¿A Videgaray? ¿A Osorio Chong? ¿A Nuño? ¿A Narro Robles? ¿A algún tapado? Que el PRI postule al que le dé la gana. Al cabo de cualquier modo va a marchar. FIN. mirador armando fuentes aguirre John Dee era respetado por su sabiduría, tanto que el rey le permitió negarse a participar en el debate a que convocó para dilucidar si el purgatorio era líquido, sólido o gaseoso. Cuando el filósofo iba por la calle los hombres se descubrían y las mujeres le hacían una profunda reverencia. Sin embargo apartaba la mano si un niño se la quería besar. Le decía: “Jamás beses otra mano que la de tu madre, que te dio la vida, o la de tu padre, que trabaja para darte el pan”. Aun así, objeto de la admiración de todos, John Dee tenía la sencillez de un campesino. Solía declarar: “Hay muchos que saben más que yo, y muy pocos que saben menos que yo”. Reconocía el saber de su esposa, pese a que era mujer de humilde condición, hija de un molinero y una lavandera. De ella decía: “Yo sé de los libros; ella sabe de la vida”. Quizá por eso John Dee era respetado. Tenía la suprema virtud de la humildad, que salva del supremo pecado, la soberbia. ¡Hasta mañana!... manganitas por afa “...Cachivache...”. Esa voz con doble hache tiene un sentido certero: es un pequeño agujero a punto de hacerse bache.










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