El debate entre los candidatos a la presidencia de la república  que vimos el pasado domingo, cumplió con las expectativas que nos permitieron conocer con mayor detalle las propuestas de los contendientes y sobre todo contrastarlas, para saber cuáles son las mejores, porque resultan viables para solucionar una situación tan compleja como la que enfrentamos.

También pudimos medir su preparación y capacidad para presentarlas y defenderlas, en un ambiente muy distinto al que existe en las zonas de confort, donde llevan a cabo sus mítines, porque ahí están rodeados de sus partidarios, quienes por simpatía y solidaridad les celebran todas sus declaraciones y en no pocas ocasiones hasta aplauden sus ocurrencias.

En cambio, debatir con quienes se preparan, no solo para presentar sus propuestas, sino también cuestionar con severidad las de sus adversarios, constituye un reto aún más difícil de vencer para cualquier contendiente.

Además, y esto hay que resaltarlo, el formato empleado en este debate resultó ser mucho mejor que el anteriormente empleado, lo que le dio mayor dinamismo e interés.

Las dos horas que duró, pasaron volando.

En dicho debate hubo de todo. Desde una Margarita titubeante con ademanes sobreactuados, hasta un Bronco que llamó la atención porque ofreció que si ganaba la presidencia, propondría como castigo el cortarle una mano a los ladrones.

Aunque una parte de la comunidad, indignada con tanto delito, celebró la puntada del candidato, la realidad es que la mayoría vimos con preocupación su propuesta, porque de implementarse nos regresaría a la edad media.

El candidato Meade expuso bien sus temas lo cual indica preparación, pero no pudo lucirse como hubiese querido al responder a los cuestionamientos de sus adversarios, porque arrastra el estigma que algunos políticos corruptos le han ocasionado a su partido. Fue salvado por la campana ante preguntas incómodas que le hicieron.

Anaya estuvo bastante bien, ágil, directo, combativo, respetó el tiempo asignado, terminó con holgura sus intervenciones y puso contra las cuerdas a López Obrador. En opinión de muchos, fue el ganador del debate.

Si desea ganar no debe confiarse. Triunfar en un debate, no significa ganar la contienda. Es como ganar una batalla, pero todavía no gana la guerra.

Del candidato López Obrador se esperaba más. Se le vio cansado, acartonado e incómodo. Su lenguaje corporal así lo demostró. Se limitó a repetir los slogans de su campaña. No pudo explicar con claridad en que consiste exactamente la amnistía que propone. Cuando Anaya le preguntó porqué había incorporado a su campaña al empresario Alfonso Romo, si antes él mismo lo había acusado de beneficiarse con el FOBAPROA, tuvo una respuesta tan lenta, que se le acabó el tiempo antes de responder. A lo mejor sucedió así porque habla despacio o fue una estrategia para no contestar.

En conclusión. No hay nada definido aún. Al parecer Margarita y el Bronco hasta ahora no tienen posibilidad alguna de ganar.

La verdadera contienda según se ve, se dará entre López Obrador, Anaya y Meade.

No solo está en juego la presidencia de la república, sino también el modelo de país que necesitamos para poder crecer con dignidad, libertad y mayores oportunidades para todos.

Todos coincidimos en queremos tener un país mejor, con más seguridad, más empleo y menor corrupción. El problema no es el qué, sino el cómo lograrlo, porque cada candidato propone diferente camino. Debemos estar alertas, porque en un descuido podemos regresar de golpe a un pasado autoritario y populista que ya superamos hace años y que en su momento produjo una crisis tan grave, que nos llevó mucho tiempo superar.

¿No les parece a ustedes?.

Muchas gracias y buen fin de semana.