viernes, 26 de abril del 2024
 
Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Plaza de almas
2014-07-22 | 10:01:46
Este muchacho tiene 20 años. Es una edad
que a mí no me gustaría tener otra vez, pero
allá él. Si este muchacho viviera en la Ciudad
de México sería actor de telenovelas,
porque es muy guapo, y el mundo se le hace
poco para él. Pero no vive en la Ciudad de
México: vive en una ciudad del noreste del
país cuyo nombre no diré por respeto a los
demás que en ella habitan.
En una colonia rica vive el protagonista
de mi historia. Ya no es esa colonia lo que
fue. De cualquier modo todavía queda ahí
uno que otro rico, y hay muchos que aspiran
a que se les crea ricos. El muchacho ocupa
un departamento de 120 metros cuadrados
por el cual paga 15 mil pesos de alquiler al
mes.
El precio no es tan alto como parece, porque
su ocupante no sólo vive ahí: también
ahí trabaja. ¿A qué se dedica? ¿Es ingeniero
en sistemas computacionales (ISC), o licenciado
en comercio internacional (LCI),
profesiones tan de moda entre los jóvenes
de hoy? ¿Estudia para chef de restorán? Ni
una cosa ni la otra ni la otra.
Este muchacho -Dios lo guarde y lo
proteja- es gigoló. Gigoló, sí, con todas sus
letras, sin faltar ninguna. Se gana la vida
acostándose por dinero con señoras de
dinero. Las recibe en su departamento y
ahí les hace la faena, o las lleva a un motel
-el cuarto con jacuzzi ella lo paga-, o va a su
casa, o se encuentra con ellas en hermosas
quintas campestres alejadas de la ciudad.
Algunas de sus clientas tienen gustos
extraños, y le piden que les haga el amor
en una calle oscura, en el asiento de atrás
del automóvil, para acordarse de cuando
eran muchachas. Pero casi todas prefieren
recibirlo en su casa. Ahí, le dicen, se sienten
más seguras. La cosa empezó de una manera
muy extraña, y algo cinematográfica.
El muchacho fue a una fiesta en casa de
una compañera suya de la alta sociedad,
y ahí conoció a una especie de señora Robinson
que al terminar la fiesta le ofreció
llevarlo en su automóvil a donde vivía, porque
él en ese tiempo no tenía coche. (Ahora
trae uno de lujo, deportivo, y del año).
En el trayecto la susodicha dama le dijo
que llegaría “de pasadita” a su casa a ver si
ya estaba ahí su hija (después sabría él que
la señora no tenía hija). Lo invitó a entrar,
le ofreció una copa, y después de la copa le
ofreció todo lo demás. A él aquello le pareció
muy bien: tenía 17 años, aunque parecía
mayor. Y a esa edad hasta con una escoba.
Hizo lo que tenía que hacer, y según esto
lo hizo bien. La naturaleza suele dar lo
que no ha dado la experiencia. Grande fue
entonces su sorpresa -así debe decirse, y
no: “Su sorpresa entonces fue grande”, porque
de esa manera la frase pierde fuerza-,
grande fue su sorpresa, digo, y agradable,
cuando al despedirse de él la señora le puso
unos billetes en la bolsa de la camisa.
Semanas después la dama lo buscó de
nuevo, para lo mismo, y otra vez hubo billetes.
En esa ocasión ella le preguntó si
podía recomendarlo con una amiga suya,
que se sentía muy sola -se había divorciado
recientemente-, y a quien le ayudaría pasar
un rato con él. Así empezó la cosa.
De recomendación en recomendación
-la mejor propaganda es la oral, dicho sea
sin juego de palabras- al cumplir los 20 años
ya tenía formada una nutrida cartera de clientes que le rinden al mes ingresos equivalentes
a los de un diputado federal, sin
contar, claro, los bonos, gratificaciones,
aguinaldos, gastos de representación,
viáticos y demás prestaciones en dinero
que reciben los legisladores.
Sigue estudiando, sin embargo, en una
de las instituciones más caras -y por lo tanto
de mayor prestigio- en su ciudad. Dice
que se retirará de su actual empleo cuando
reciba el título y encuentre un buen trabajo.
El que ahora hace, declara, presenta
inconvenientes: una novia que tiene es hija
de una señora que tuvo.
Y es que el mundo es una vecindad, y
la colonia donde vive otra más chica. Por
lo pronto este muchacho vive de su cuerpo.
Las señoras a las que trata gozan ese
cuerpo, y gozan también el suyo. He aquí
un paso más en los esfuerzos que se hacen
para lograr la definitiva igualdad entre el
hombre y la mujer... FIN.

Mirador
››Armando Fuentes
Aguirre
Yo mismo planté estos membrilleros
a lo largo del curso de la acequia. Los
traje de General Cepeda, la antigua
Villa de Patos, donde mi madre vivió
los días de su niñez y su primera
juventud.
No tuve mala mano: prendieron
todas las varitas, y con los años
fueron una cortina verde que en
agosto se llena de amarillos frutos,
igual que adornos de oro en un telón
de teatro.
Ya están maduros los membrillos.
Mañana, si Dios nos deja, empezará
la pisca. Por tradición de siglos
pondremos los primeros, los más
grandes y hermosos, en el altar de
Nuestra Señora de la Luz. Otros irán
a los arcones y baúles -”castañas” los
llamamos por acá-, y perfumarán la
ropa blanca y las sábanas y colchas
de la cama. Algunos darán sabor al
sápido puchero, el rico caldo de res
de las cocinas de Ábrego.
Las mujeres harán con esta próvida
cosecha la riquísima cajeta de
membrillo que en los meses de invierno
pondrá calor y dulcedumbre
en el cuerpo y el alma. Demos gracias
a Dios por este amarillo fruto.
El amarillo es el color de Dios. Van
Gogh lo dijo.
¡Hasta mañana!...
Man ganitas
››por afa
“...Otro plantón de la Coordinadora...”.
Esa manifestación
me sorprendió grandemente:
¡ya tenía un mes la CNTE
sin hacer ningún plantón!


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