viernes, 26 de abril del 2024
 
Por Alfonso Villalva P.
Columna: Con la Chivis
Con la Chivis
2015-04-17 | 09:41:01
Entiendo que estés irritado. Lo sé. Las
cosas no marchan en la forma en que debieran.
Entiendo tus arranques de cólera al volante de
tu auto compacto que te lleva y te trae de casa
a la universidad y de vuelta.
Apenas cursas el primer semestre de una
carrera en el área de Bioquímica, pagando
colegiaturas cuyos montos rasgan la estratosfera,
haciendo sacrificios para cubrir gasolina,
libros de texto, salidas con la Chivis -o como
diablos se llame tu novia formal-, y uno que otro
reventón, como corresponde a un universitario
de verdad, de pata negra, pues.
Entiendo que te encabrites y que no puedas
hilar dos horas seguidas de buen humor, sin
tener que mentar madres, sin perder el sabor
amargo que genera la angustia en tu paladar,
sin tener que cavilar efusivamente sobre las
circunstancias que te rodean, sobre un futuro
poco prometedor.
Comprendo tus cambios de ritmo cuando
la adrenalina de la irritación desaparece y,
lánguido, intentas imitar la resignación de
tu padre, de tu abuelo, y de todos los demás
miembros productivos de tu familia, para
adaptarte a una patria que derrocha corazón,
que cuestiona la virilidad del árbitro en un
encuentro clásico de futbol que intercambia
sudores y sustancias diversas en los vagones del
metro y que cree, como nadie, en la solidaridad
ante la tragedia, ante el fracaso, en la higiene
de los tacos de suadero y en las mandas a la
Virgen de Guadalupe.
Una patria así, vibrante, pero que sigue
siendo rehén de esa clase, esa raza de gavilleros,
cachorros todos de la revolución que en
cismas caprichosos y en arrebatos de poder, se
visten de colores diversos para administrar los
presupuestos de los partidos, para acariciar el
erario público, para decirse opción y solución y,
muy huérfanos de madre y de padre, se dedican
a empinar al país con su incompetencia, sus
ambiciones, su estulticia monumental y su
esquizofrenia ególatra.
Pero tú bien sabes que el momento llega, a
veces los jueves, otras los viernes. Llega con el
vodka acompañado del cramberry juice, o el
de durazno, o inclusive con una de esas bebidas
azules y energéticas que te amenazan con arritmia,
pero que encienden todos tus sentidos de
manera especial. Y llega el momento, después
de la segunda o tercera.
Precisamente cuando das el quinto abrazo
a tus camaradas, tus colegas, tus compañeros
de trinchera. Y sientes en el muslo derecho
la mano de ella –la Chivis, o como diablos se
llame tu novia formal-; su mano, decía, que
te estruja, te rasga con sus uñas de manicure
francés, te acaricia; su mano que inicia con su
palma esa serie de pequeños cortos circuitos
que, inexplicablemente, recorren tu cuerpo y
te dan esa sensación de satisfacción, esa forma
de sentirte simpático, guapo, quizá.
Y juntas los jirones de la patria que horas
antes se desmoronaba en el tráfico de la ciudad,
y perdonas abusos, incompetencias y cinismos
varios, y olvidas las décadas de retraso, la falta
de oportunidad laboral, el poder adquisitivo
débil, la actuación internacional vergonzante.
Lo olvidas todo y bordas sobre los jirones un
águila dorada que gallarda devora a la serpiente,
y recuerdas con un nudo en la garganta la
heroicidad de tu padre que, sin chistar, sigue
trabajando sus nueve horas diarias.
Recuerdas la generosidad de tu madre que
nunca abandonó la preocupación del desayuno
nutritivo a pesar de encontrar un cielo muy nublado
en su territorio, la nobleza de tus amigos
que siempre estuvieron allí, que nunca dejaron
un hombre atrás.
Y recuerdas la cáscara callejera de tus años
en la primaria, y al profesor Chávez de sexto
año, y las piernas de la maestra de inglés de
segundo de secundaria que representó tu
primer amor imposible, y los besos de la miss
de Sociología que en la preparatoria te
permitieron incrementar sustancialmente tu
rendimiento escolar y, sobre todo, tu promedio
requerido para conservar la beca.
Y te acuerdas de Manuel, tu eterno amigo
de la secundaria que se fue a Europa detrás de
un sueño, y de Lupe que, con las limitaciones
pecuniarias de tu familia, lograba hacer un
mole poblano de rechupete. Y piensas en Revueltas,
y en Paz, y en Gutiérrez Nájera, y en
Cabrera, en Crescencio Rejón; recuerdas con
emoción la ocasión en que la Selección Nacional
estuvo a punto de jugar el quinto partido; al
Toro Valenzuela y a Oribe Peralta.
Y sueñas con el mariachi en una borrachera
bohemia y descomunal, y en todas las
restricciones que no aplican en México como
en Estados Unidos, en China o Rusia, gracias a
que somos un pueblo de paz, a que no hacemos
una industria de la actividad de joder al vecino,
a los demás.
Pides otro brebaje al cantinero o al mesero
que en el antro de tu preferencia, antes de que
vinieras con la Chivis, te ayudaba al conecte, al
ligue, a la transición entre una noche de copas
con tus cuates y un idilio febril de amor en el
asiento trasero de tu auto compacto.
Entiendo que te irrites, que te encabrites,
verás. Pero también entiendo que tu corazón
mantiene los tatuajes que diseña e imprime
esta tierra que te vio nacer y que te servirá de
domicilio final el día en que te mueras, después
de haber generado las condiciones necesarias
para que, los que vienen detrás de ti, permanezcan
igual, con un puñado de razones que
les haga olvidar la irritación, aunque sea los
jueves por la noche, aunque sea con una novia
sosa y formal como la Chivis, aunque sea con
un vodka combinado con cualquier otra bebida
poco convencional.
Twitter: @avillalva_
columnasv@hotmail.com


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