jueves, 25 de abril del 2024
 
Por Alfonso Villalva P.
Columna: Un dólar con veinticinco
Un dólar con veinticinco
2014-09-19 | 10:31:19
“Pobreza, lo que se llama pobreza…” decía, en
una discusión reciente y de manera airada, mi
interlocutor que, por cierto, era graduado de
economía y para mayores referencias se conocía
de sobra que había laureado su currículum de
increíbles hazañas participando como asesor
de políticas públicas de diversos gobernantes de
algunos emblemáticos países de América Latina,
el nuestro incluido.
“Pobreza, lo que se dice pobreza” -insisto que
decía el interfecto, claramente turbado pero
auto convencido de su iluminación-, “se define
fácilmente aplicando una tablita producto del
consenso internacional neoliberal al promedio
anualizado de ingresos de las personas..”. “Ejem,
ejem, es decir, en términos del número de dólares
americanos que se les pueda atribuir han percibido
día con día durante los trescientos sesenta
y cinco días del periodo que deseemos analizar”.
Con esa claridad meridiana –y desfachatez
ostensible- lo declaraba él, con una postura de
cuerpo, imagino muy estudiada, para proyectar
esa imagen moderna de quien combina sabiduría,
datos técnicos, moda hipster y auto europeo
descapotable. De quien se siente satisfecho por
su contribución al mundo después de hacer una
compleja exposición de un galimatías de datos,
cifras y autores diversos que no dejan lugar a
dudas para entender el por qué de este mundo
tan convulsionado y tan jodido.
Sí, señoras y señores. Y seguramente ustedes
han visto a muchos ejemplares similares
por doquier. Es el mismísimo oráculo del saber
encarnado en la versión masculina de las pitonisas
–hasta en eso han desplazado a la mujer- que
sintiéndose flotar en el templo de Delfos, manifiestan
a rajatabla: la línea que divide la pobreza
extrema de la no extrema -vaya, la habitual, cotidiana,
sin urgencias ni sobresaltos, imagino yo-,
se define exactamente en la cantidad de ciento
veinticinco centavos de dólar americano.
Efectivamente, querido lector, una cifra que
al tipo de cambio vigente en la fecha en la que
escribo estas líneas, se traduce, para efectos
mexicanos, como $16.47 pesos. Ni más, ni menos.
Así es. Y ni por un momento lo dude. Si usted
o un conocido de usted se encuentra en la inenarrable
situación de percibir en promedio un
centavo más que el indicado, pues puede respirar
tranquilo, ya nada ni nadie le podrá arrancar el
privilegio de haberse salvado de pertenecer a ese
grupo de personas que no son más que los desposeídos,
los desheredados totales. ¡Ya está! Porque
el desarrollo, para quienes escriben las políticas
públicas, parece cobrar vigencia con ese tipo de
indicadores. Eliminamos pobres extremos, diría
más de uno: ya ganan tres centavos más.
Está claro, y así, nos damos a la tarea de confeccionar
grandes planes y cruzadas globales,
continentales, nacionales, estatales y municipales,
en las que declaramos la guerra a la pobreza.
Arengamos en públicos muy a la medida, y ante
micrófonos amigables, las increíbles y azarosas
horas en las que desarrollamos sesudas ideas
para combatirla. Como si fuese ella, la pobreza,
un monstruo de tres cabezas emergiendo de una
laguna y nuestras piezas de oratoria y dotes de
retórica, fueran la espada mágica que pudiese
acabar con su existencia.
Muy claro está lo de los 16 pesos con 47
centavos. Y esos sabios que hacen informes interminables
y por los que cobran mucho, pero
mucho más que un dólar con veinticinco, crean
las condiciones para contar, como quien cuenta
borregos que pasan de un corral a otro, sus
grandes hazañas de convertir pobres extremos
en pobres convencionales, dándose una ovación
a sí mismos por su destreza y muy seguros de
saber que ahora el mundo les debe un poquito
más que ayer.
Así de claros los números, fríos desde luego
y sin considerar jamás que la pobreza se pueda
manifestar en situaciones tan ajenas a esas pitonisas
post modernas como la imposibilidad
de acceder a un trabajo digno, a que le hablen a
uno en su propia lengua, a preservar los derechos
de nuestra infancia, nuestro medio ambiente;
regresar a casa del colegio sin ser objeto de
violencia física o sicológica, a dedicar nuestra
existencia a vivir tranquilos sin ser abusados por
razones de nuestro género, raza o discapacidad
particular.
Parece ser de pronto que las estadísticas del
progreso global y nacional se embelesan con la
reclasificación de unos pobres que ya no son tan
pobres, pues alcanzaron a percibir un centavo
más del estipulado en la frontera escalofriante
de la miseria, y que deben mostrarse agradecidos
a pesar de que las condiciones en las que se relacionan
con el resto de la sociedad les aniquilen
su dignidad, les mancillen el alma, les eliminen
la posibilidad de dejar de ser pobres no importa
cuánto empeño impriman; en fin, les desgracien
su idea de felicidad.
Dieciséis pesos con cuarenta y siete centavos.
Una cifra macabra que lleva en el vientre la
destrucción masiva de la esperanza, solamente
porque quien escribe brillante y alegóricamente
las estadísticas, quizá nunca pensó que la pobreza
tiene una manifestación feroz y real, mucho
más grave en la sociedad, exactamente cuando
destruye la esperanza, independientemente de
la posibilidad de embuchacar tres centavos más.
Una cifra macabra que engendra en el vientre la
miseria humana irremediable, solo por ignorar,
como dijo John Stuart Mill, que el que solo sabe
economía, sabe muy poca economía…
Twitter: @avp_a
columnasv@hotmail.com


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